jueves, 2 de julio de 2009

Algunos Manifiestos

Mandrágora: Poesía negra (1938)

La libertad -siendo nuestro único dominante poético-, gravita con feroz censura por encima de nuestros actos, sin interesarse por la comprobación de una consciencia demasiado finalista o excluyente. Quizás nosotros podemos tener la noción del espacio recorrido de una breve certidumbre de la poesía, si cerrando los ojos retrocedemos al mundo regular de las encantaciones alucinantes para recoger ahí -con las miradas ávidas de misterio-, las manifestaciones transitivas de su realidad. Y si fuera posible cerrar los ojos, con la misma resolución que se toma un útil de labranza o un cuaderno, se pisaría la tierra firme por primera vez o se escribiría directamente del natural. Estos ejercicios ópticos, que en cierto modo pueden evitar la pereza o el hambre sirven para correr por rayo de luz con afán retrospectivo. Entonces, ya no se sabe si se escribe o si se mira, dejando a la mano el cuidado de reproducir un informe ajeno, pero que nos pertenece. Casi seguramente estos informes pertenecen al género de los traspasos obligatorios, al cambio de una vida por otra. El hombre, entonces, o el poeta, se ven en la necesidad de ser dirigido, de ser absorbido, de ser inspirado por un representante suyo que actúa desde su propio interior.
Y es, sin embargo, por intermedio de semejante servidumbre poética que se trata de adivinar, de soñar o de escribir lo que se ha soñado, lo que se ha adivinado. El hombre, con desesperación, planea su propia fuga y, de semejante tensión de sus sentidos, deliberada o inconscientemente, nace la llama arrebatadora del dictado profético, es decir, la poesía. Donde se ve solamente el desborde de la naturaleza interior del hombre, o donde se habla de desarraigados internacionales, yo amo a los que el tormento de un enigma obligó a preferir las encantaciones, la poesía o el sobrenatural terror, como medios simples para conseguir arribar a los primeros atisbos de su verdadero ser. Más allá de eso existe el límite infranqueable del silencio y la palabra.
He aquí una estrella boreal y un domino tóxico que tratan de fusionarse, de mirar el pasado y al porvenir con la boca llena de profecías. Es la fabula constante de Tiresias.
Es para ustedes entonces –verdaderos camaradas situados en el nudo de las antinomias precisas de realidad y poesía-, y casi yo puedo agregar que esta por ustedes, los que sobreviven, realizada una de las primeras ideas que haya ambicionada yo: la de desenterrar con el propio esfuerzo, con la propia imaginación, esa ave marina; esa planta nupcial que da la muerte al que se apodera de ella; la fascinante hada de los suburbios, la que canta canciones de infancia a la puerta de prostíbulos y al pie de las horcas; y que sin embargo sabe, con un gesto, apartar esa mediocre realidad que la rodea, para dar la vida, la poesía y el amor a los que cojan con verdadera desesperación frenética un útil de labraza o un cuaderno para arrancarla o describirla; y es con ustedes que puedo exhibir y hacer gritar –riesgo y fascinación aparte- esa planta nupcial, símbolo entero de la poesía negra, la planta de la mandrágora.
Arriba de nosotros sólo reluce esa lámpara ferozmente defensiva, cuya eterna coloración obliga a los ojos a contemplar una quimera proporcionada por sus rayos –quimera para que nosotros es la realidad-, una última manifestación de la vida –vida que para nosotros es el primer fulgor-, un fenómeno de orden alucinatorio que no deja en paz ninguna de nuestras pasiones. Es ella la luz sin descanso de la poesía. Yo amo entrar en la zona de semejante paraíso, llevado por el imán que se orienta desde mi sueño determinado sueño no podría sino favorecer las altas conquistas de lo irreal desperdiciadas hasta ahora.
Que el impulso de la sumersión en el hondo sueño sea la vos de partida, la vos de alarma. Ahí nuestra vida se desarrollará en una vuelta a través de una estatua, de un árbol inmenso. Hemos perdido el hilo conductor, el cuerpo auditivo, en la misma puerta de entrada. Son provisiones, con sed y hambre moral, se recorre el desierto donde los camellos petrificados huelen a la distancia los horizontes sin aduar, sin oasis. Esas figuras privadamente amorosas, que nosotros vemos huir a cada corriente del agua, pueden ser reproducidas si nos albergamos provisionalmente en cualquier castillo errante. El sentido físico de la inestabilidad no es, por cierto, aquel que nos domina cuando intentamos la empresa poética de recoger algunos albores de esa luz irreconocible.
Para referirse a la poesía es necesario que se apodere de nosotros ese furor inaprensible por la memoria. Esto es lo que la hace ser dueña de un campo más ilimitado que los de la realidad. (Yo confieso que semejante afirmación no contradice la tesis dialéctica que yo defendiere siempre, la que se refiere a la primacía de la materia sobre el pensamiento). Por esa razón, coloco en primer término, y como case de su sustento no menos evidente, el sentimiento de la vida y la muerte; el terror cósmico de la imaginación; el impulso instintivo de cortar los puentes; y la obediencia ciega a la ley del destierro dictada por uno mismo. Y aunque si ni siquiera ella mereciera ser acatada, bien la podemos soportar por ser la única traída desde el país de origen. Es el destierro por ser la única traída desde el país de origen. Es el destierro la no menos frecuente de las agonías, de las contenidas. Y si yo defiendo vivir en pánico, es decir, vivir alerta, vivir despierto, vivir acechando lo desconocido a cada segundo.
Un aglutinante margen de realidad devora al misterio en lucha constante. He aquí una estrella boreal y un demonio tóxico que tratan de fusionarse, de mirar al pasado y al porvenir con la boca llena de profecías. Es la fábula constante de Tiresias . La poesía en nictálope , ya se recuerda. El placer entra en ella por derecho propio, y la menor valla puede aumentar su poder destructor.
La simple noción de semejante realidad hace retroceder al hombre hacia los ocultos sentidos de los fenómenos irreales. Un día, esta perpetua oscilación de los caracteres de la vida habrá de llegar a su punto de máxima ruptura, y se luchará dentro y fuera del organismo humano, como en una suerte de reflejo sobrenatural. Hasta ahora fracasaron ruidosamente las conciliaciones. Se volverá, pues, a elegir los nombres vanamente queridos y aborrecibles de la poesía, libertad, unidad y placer dándoseles otros significados, es decir, una clasificación verdadera. La consciencia no firmará ya nunca esos decretos de su capricho y de su tiranía. Y si aún se trata de caprichos o movimientos inesperados de la razón, se podría ver ahí una suerte de inesperada renuncia. Pero no siendo el gran juego, para la realidad, otra cosa sino la orden imperativa, la adulteración y la masacre de la imaginación, se habrá de aceptar combatirla incluso con las armas que están a su servicio. Contraviniendo el principio Matemático se puede afirmar que “la poesía pesa más que la memoria que desaloja”.
Pero la irrealidad, la magia, la pureza, el placer, la poesía, el terror, la libertad, la vida y la muerte, deben permanecer como enigmas constantes propuestos a los hombres. Que vuestra mano de medianoche tome convulsamente el lápiz veloz y no hay alivio par a vuestro pies, y que el fuego incendie la epidermis de azufre del corazón para dejaros en una libertad interior. Suponed que todo ha terminado ya, y que en un páramo de hielos se alza, de improviso, la imagen acusadora de vosotros, en toda su desnudez, con horribles quimeras, con su pasado de ángel y demonio fugaces, con todo el fuego y todo el arco iris en la superficie. Aun en la soledad se temblaría, hombres. Aun en la opinión del hielo se buscaría una censura. Pero el poeta trabaja ahí, sitiado por el hielo y el fuego, con sus instintos de especie, con sus visiones sobrenaturales y afrodisíacas. Tanto a siglos de trabajo congelado le dieron la orientación y la videncia. Con regularidad caen sobre él las fuerzas desarraigadas del universo, pero él eligió la peor parte. Que vuestro lápiz corra por el pergamino del cerebro -un puño golpea en él con desesperada mudez. Nada importa que vuestra poesía sea el vocabulario del durmiente. He aquí el terror, la muerte por asfixia, la mujer amarrada a los cuatro horizontes y desgarrada físicamente. He aquí el nombre repentino de poesía con la fugacidad. Ella es negra como la noche, como la memoria, como el placer, como el instinto, como la belleza, como el conocimiento, como el automatismo, como la evidencia, como nostalgia, como la nieve, como la capital, como la unidad, como el árbol, como el vida, como el relámpago.
Esa mujer que se desprende de la poesía, como una pluma del ala de una gaviota, cae al océano con apresura serenidad, recorre los bajos fondos submarinos en afanoso trajín, y vuelve a la ribera convertida en la estatua de las alucinaciones.
Busquemos en su aire, en su luz, que el placer propaga como el más absorbente de los cielos, como el imán del terror. La posibilidad de los instintos que brotan puramente de su tierra de origen, se engrandece en esta libertad única. Seguramente la efervescente daga de la irrealidad, que reconoce en la implacable vigilancia las venas de los hombres, fue orientada a los centro nerviosos para exasperarlos y hacerlos tenderse con miradas y oídos activos, en un trabajo de compensación, donde se cambia terror por amor, sangre por poesía.
Un semejante grado de voluntad sin voluntad, una resolución franca y feroz, que arrastra todas las leyes convencionales de los hombres y anula éstas de la naturaleza, lleva a la poesía negra a su más alto límite, donde lo moral y lo inmoral, el crimen y la vida honesta, son palabras sin ideas, juego eterno, dualismo tenebroso y automatismo sin control. La vida misma se sale de la estatua que le asignaron por residencia, y vuela quemando las fronteras de la razón, en un viaje ciego pero alucinatorio, llevando tras sí a un muñeco de hueso y carne que nada sabía de la faz esotérica, del subconsciente. Es un viaje de encantos que, afortunadamente, dura todavía. Esa guerra civil interior, en la que los vencidos vencen, rechaza los armisticios.
He hablado cinco o seis veces aquí del terror. Si se pretendiera escribir un poema bajo su imperativo es necesario, durante el transcurso que dure su escritura, tener presente la definición de él: “El terror es el sentimiento instintivo del hombre, que le empuja a buscar -alejándose de toda preocupación inmediata- la raíz genética de su destino en las fuentes secretas del subconsciente, y encontrar ahí valiéndose del hilo conductor de la poesía, la relación estrecha entre su vida y los fenómenos del sueño, de la videncia, de la locura, etc., que se escapan a un control diario, empleando para ello, como soluciones poéticas, todos los recursos que tenga a su alcance, como ser el delirio, el automatismo, el amor, el azar., el crimen, y , en general, todos los actos sancionados por la ley, por la medicina y por la religión”.
El terror puede convertirse en un simple hecho anecdótico, más natural que la quema de un árbol por el rayo, si los hombres pretenden erigirle en símbolo de encrucijada diurna. Es preciso resguardarle de esas ficciones que son finalidades demasiado útiles o atrayentes. Se le prefiere, cuando dotado de los bebedizos sentidos del subconsciente, de los lapsus, de la maravilla de la libertad, de la justicia, de la moral, de la subversión, se transforma en el ropaje más sensible, más nervioso, más alucinante, tanto que nos es imposible desvestirnos de él, sin ponernos al desnudo completo, sin que haya la menor epidermis por defensa. No es el descanso después de la pela, como se comprenderá. Antes bien, es necesario paralizar las cascadas para no aprovecharse de la electricidad por segunda vez, sacudir nuestro cuerpo hasta la náusea para que vuelen todos los pájaros anunciadores. Adentro se sangra con trabajo, he dicho en otra parte . El hombre perdido, deslumbrado, desterrado del paraíso (¿de qué paraíso?), proscrito por sus semejantes, llegado al punto de fusión de la muerte y de la poesía, no repara en medios para seguir adelante. Es la aparición de un espectro en la vía pública. Arriba de vosotros ya no relampaguea esa lámpara ferozmente defensiva de las dudas terrenas. Yo juro que esto se hace por necesidad.
Es fácil poner en evidencia los antecedentes de la poesía negra, si miramos hacia los fenómenos del surrealismo, el único enunciado que haya tenido hasta hoy la fuerza capaz de asimilar todas las manifestaciones del inconsciente, y rendir al hombre un servicio liberador.
¿Ese estímulo, ese sonar de llaves, no es lo que me convence ahora que nada me está prohibido, y me permite esperarlo todo de un mundo de grandes reparaciones?
Del misterio, que es al desorden lo que es el sol a una mancha de tinta, el surrealismo extrae la resolución de las antinomias del sueño y de la vida, del terror y del placer. Pues, por mucho que hasta ahora se haya pretendido afianzar un sueño en la vida, dándole patente de transeúnte, siempre su adentro será extranjero y su mirada será de recién llegado a una playa desconocida. Todos los bellos intereses de la realidad estarán en peligro -cuando hubiera sido tan simple una coordinación de ellos-, y en oposición a los del sueño.
Entonces, ¿de dónde proviene esa necesidad de hacer coincidir los pasos de la vida con las huellas de lo que se cree ser, equivocadamente por cierto, una falsa memoria? ¿Quién es el que duda de sus propias armas y da ventajas a las ajenas? Por supuesto que no es el sueño, ni la poesía negra, quienes desinteresadamente, se han prestado para que se los convierta en símbolos de un símbolo, ni tampoco han permitido un empleo deformante de ellos. “Aún en la realidad yo prefiero caer”, asegura con toda oportunidad André Breton.
Sí, caer de un sueño a otro y otro, como por una suerte de caja de repetición, para encontrar en el fondo de ella -envuelta en telas negras y que son, sin embargo, fosforescentes- una pequeña planta nupcial, mandrágora mía.


1938

Braulio Arenas

Algunos Manifiestos

Somera iniciación al Jelse (1916)


Señores: el Hermano Errante no ha venido. Como Uds. Pueden haberlo notado, su inasistencia nos tenía sobre ascuas. Mas, por mi parte, declararé, para ser sincero, que me alegro de no ver entre nosotros su cuerpo pequeño y enjuto, sus ojos hundidos e inquisidores, y sus enormes y desgreñadas barbas grises, en las que no es raro ver prendidas pajillas de trigo, pequeñas plumas y pelusas de los campos.
Su presencia perturba, pues hace sonreír y pensar a la vez. Sus maneras no son suficientemente finas para presentalo en sociedad. Vagabundo incansable, durmiendo en graneros, tabernas, chozas de campesinos y pescadores y, de vez en cuando, en mansiones ‘de excéntricos potentados, mezcla los más heterogéneos comportamientos.
Agregad su ingénito orgullo, que confina, a veces, con la petulancia; su innegable sabiduría, pero que resbala hacia una pretenciosa obscuridad; y luego, su sonrisa porfiada, que no abandona un instante, hasta que termina por ser como una espina para quien la ve.
Ignoro qué cosa haya escrito en las cuartillas que me envía. No pueden calcular Uds. la inquietud que experimento al me prender su lectura.

Yo no estaré presente cuando mis pensamientos se alcen entre vosotros. Me complace el saber que voy a estar a la vez tan cerca y tan distante, porque es seguro que a la hora en que escuchéis mis palabras, yo iré por un camino solitario que bordea el mar a gran altura, sobre lomas desiertas y estériles batidas por el viento, pasado ya el último fulgor del día; a esa hora en que comienza a estrecharse el horizonte y a crecer el espíritu, hasta que llega el momento de la noche impenetrable, en que parece que el mundo es nuestro propio ser.
Fatigado de la visión de tantos extraños países, después de haber recorrido todos los innumerables caminos de la tierra, un tanto confuso en mis costumbres por amalgamar maneras de ser de todas las razas del orbe; conocedor de hechos peregrinos que no tienen correspondencia con vuestra modalidad de espíritu, me encuentro turbado a fuerza de tanta inútil sabiduría y de tanta imprescindible e inoportuna experiencia.
Quisiera hablaros en un lenguaje familiar, y que mi voz sonara para vosotros como el acento de un abuelo; pero adivino la inutilidad de mis esfuerzos.
Porque es peligrosa conversación la de un discurso; en ella uno solo habla, y aquél que habla ignora si los demás escuchan, y si los que escuchan entienden, y si los que entienden pueden responder.
Cuando conversamos con una persona determinada, vemos por adecuar a ella nuestras expresiones; cuando hablamos ante una gran concurrencia, nos dirigimos a un término medio imaginario he aquí que con este sistema siempre habrá algunos que, después de oírnos, digan: ¡qué vulgaridad! en cambio, otros exclamarán: ¡no hemos comprendido bien! sólo obtendremos que una persona quede satisfecha; pero esa persona, desgraciadamente, no tiene para nosotros interés alguno.
Difícil empresa es la de tratar ante un gran auditorio de cosas del espíritu, y descabellada tarea la de referirse a nuestro libro y su culto a la belleza.
Perdonad, entonces, si, en busca de la libertad necesaria, me dirijo a mí mismo mis propias expresiones y supongo que, sentado en la falda de una barranca, a la caída de la tarde, bajo la rosada y cambiante luz de los arreboles, contemplo los fatigados dos campos de labranza y las fabriles y lejanas ciudades, en esos momentos de hermosa soledad y de sabia inconsciencia en que nuestras meditaciones son tan poderosas que nos hacen hablar en voz alta. Si los labriegos, al hombro azadas y guadañas de regreso de sus labores, pasan en este instante por mi lado, me tomarán por borracho o por loco; pero como sólo me oyen los arbustos que gimen con el viento vespertino y los pájaros que cantan sus incomprensibles canciones, yo y ellos permanecemos tranquilos y confiados, al sorprender que todas nuestras voces armonizan.

Oh! Belleza, alma del mundo; para el hombre, como él mismo, tú naciste de mujer. Brillante luminosidad y suaves atractivos tienen para el niño las cosas exteriores; mas la belleza sólo se hará sensible, más tarde, por los caminos del amor.
El amor, padre de la vida, busca en alianza la armonía de la misma vida. No encontró incentivo mayor que el goce que trae la contemplación de una cosa perfecta. Ninguna ciencia ha menester el hombre para conocer la belleza femenina; desde la creación del mundo, ella está en su corazón como una alegría original.
E n las ondulaciones del cuerpo de la joven, él adivina los giros de la danza y escucha una música naciente; en su piel nacarada, sorprende, como una promesa, los mismos cambiantes de todo el color que ofrece la aurora; y el asombro feliz que en él despiertan las diversas actitudes del cuerpo, lo lleva forzosamente a pensar en la hermosura del alma y sus pensamientos.
En el hombre, la mujer vió la acción; lo quiso fuerte; y, creador, él encarna el futuro.
En la mujer, el hombre vió la belleza, la quiso en armonioso equilibrio; ella contiene un valor privativo a las cosas eternas.
Al lado de las transformaciones que el hombre imprime a todo que le rodea, el innato sentimiento de la belleza que la mujer ofrece es como el recuerdo de la necesaria proporción que requieren los seres y los hechos para vivir y ser fecundos.
Mas, la belleza, como todo hijo nacido de mujer, crece y crece lentamente, hasta llegar el día en que emancipada, sale a la conquista del mundo!
Pero en estado de amor, ya el hombre aprendió a ver con nuevos ojos el cielo, el mar y la montaña: una luz imprevista dió relieve al musgo olvidado; un acorde desconocido unió el ritmo de la lluvia a sus íntimas congojas; el aire invisible se hizo presente por venir teñido de insospechados perfumes; la existencia miserable de pobres gentes ignorantes, lo hizo desear la justicia y la felicidad; y las más variadas y atrevidas empresas tentaron la nueva y poderosa energía que comenzaba a reforzar el empuje de su mente y de su brazo.
Cuando pequeño, aprendió a andar; así pudo ponerse en contacto con todo lo que hacia él no venía; en el deseo de hacer sentir su espíritu, aprendió a hablar; pero sólo en la primavera de su vida, iluminado por el amor, entró en el milagro de la belleza, y se sintió solidario del tiempo que fué y del que vendrá, y de todos los seres y las cosas próximas o lejanas.
La amada lloró su soledad cuando vió al esposo preocupado de miles de empresas ajenas; sufrió al oír, sólo muy rara vez, en sus expresiones, los apasionados acentos de otra época, y no pudo, a veces, comprender cómo le movían a entusiasmo espectáculos y quehaceres 'monótonos y restringidos.
Es que él había descubierto en el mundo un nuevo interés y creyendo satisfacer sus anhelos, no hacía sino cumplir con su destino. Y fué juez o político, médico o ingeniero, agricultor o industrial, comerciante o periodista, empleado, artesano o simple gañán de los campos; y laboró un día tras otro, y un año y los años que siguieron, hasta que oculta y lentamente, a medida que se alejaba de él la época de la juventud, iban dejando de preocuparle la justicia anhelada y la belleza del mundo.
Mas, entre los variados destinos de: hombre, también se encuentra uno que mantiene toda la existencia en amplio estado de entusiasmo y comprensión, y que sabe mantener siempre unidos, y por extraños medios, la ingenuidad y fantasía del niño al amor y fortaleza del joven y a la experiencia y tristeza del anciano.
En él viven los poetas y los artistas, y por ello son seres representativos. Los verdaderos, no ven en las escuelas y tendencias sino restricciones inútiles. Y al vislumbrar el perfil de hermosura que se encuentra en la monotonía de las labores cotidianas, en las más viles y pesadas tareas, y hasta en la tragedia de las acciones y seres deformes, van extendiendo, cada día más, los límites de la belleza. Y entran unas tras otras, en esa conquista, las ciencias y las industrias modernas con sus ciclópeos templos de esfuerzo y sus muchedumbres de pequeños obreros; y la ambición, el orgullo y la locura; y hasta los hombres tristes y escépticos, de vidas opacas o parciales, que reniegan del :arte y la poesía. Y hé aquí como el poeta, en su, victoriosa campaña, comprende que la belleza confina con los límites del universo y la vida.
Y enemigo de virtudes incompletas y de paradojas inútiles, cultiva a la vez la fe, la duda y la libertad; cultiva la vida total que comprende a la muerte, y, aprovechando encontrarse en una situación de ella que le permite voz y pensamiento, canta, con religiosa exaltación, la conquista de sus nuevos dominios.

Pero antes de penetrar en el misterio del -Jelsé-, es preciso jurar que creemos en “El Bien Perdido”
¿Qué es “El Bien Perdido”?
Difícil es explicarlo. Necesidad hubiera de una conversación más íntima, en un lugar propicio y apacible.
En el tiempo pasado, en una pequeña y vieja ciudad construida en la garganta de una montaña, lejos del mar y teniendo ante la vista las enormes y blancas piedras del lecho enjuto de un río muerto, nació, vivió y murió un hombre extraordinario.
Su casa era la última de la pequeña ciudad. Dos viejas y carcomidas higueras, daban sombra. Y las tropillas de borricos que mañana y tarde iban por agua a, las cisternas del valle, al levantar polvo fino, en nubes cenicientas, habían ido cubriendo con una gris monotonía la casa, las higueras y el pequeño y árido terreno circundante de su heredad.
No se tienen detalles de su vida, e ignoramos si murió mozo o anciano; no sabemos, tampoco, si escribió en papiros como los egipcios, en ladrillo como los asirios, en tabletas recubiertas de cera o en pergaminos.
¿Quién podría decir si sus doctrinas fueron escuchadas o cayeron en el vacío? Sólo podemos y debemos afirmar que, ante la grandiosa hermosura de sus cantos y la profunda ciencia de sus aseveraciones, es un balbuceo la voz de todos los legisladores, desde Licurgo y Moisés; de todos los poetas, desde Homero hasta nuestros días; de todos los filósofos, desde Platón y Aristóteles; de todos los profetas, desde Brahma y Budha.
¿Fué una guerra a sangre y fuego la que destruyó aquella pequeña ciudad que vivía en la garganta de una montaña? ¿De esa manera quedó oculto o se perdió el más preciado tesoro? Porque sólo sabemos que alguna esperanza queda de recobrarlo, debemos proseguir sin descanso en investigaciones de todo género, escudriñando el pasado.
Ah! meditemos con angustia en nuestro enorme esfuerzo, gastado en vanas y artificiales tentativas por formar la sociedad ideal que él ya conocía; meditemos en su ciencia perdida; en sus palabras imponderables y en sus profecías maravillosas, ocultas, quizás para siempre, a nuestro conocimiento!

El verdadero décimo, después de sentir en el alma la terrible tortura de “El Bien Perdido”, dirá, en voz alta, una oración más o menos semejante a la que sigue:
Mi corazón atribulado está cubierto de desesperanza; mis sentidos están ciegos de cansancio; y mis brazos, rotos, sangran en esta labor sin fin.
Mas, una adivinación imprevista se cierne y toma forma y me domina! Ahora mi corazón danza de alegría, mis sentidos se embriagan y se remozan, y mi cuerpo, lleno de extraña potencia, se tiende ávido hacia adelante en la misma actitud de un corredor que espera la voz de partida!
Ignoro, en el ansia que me domina, que debo hacer para salir veloz a su encuentro. Porque ah! sí, el día se acerca. He colocado mi oído contra la tierra, y aun oigo el ruido de sus pasos que vienen.
Yo no sé qué gran bien se aproxima. ¿Será un nuevo sentido que nos descubra escondidos secretos? ¿Será un nuevo continente que brote del inmenso mar que bafia nuestras costas? ¿Será un astro benéfico, o tal vez un hombre sin igual en el transcurso de todos los tiempos?
Ya puedo morir sin temor; porque se aproxima para la tierra, donde vivirán mis hijos y sus descendientes, una era de trascendental y feliz renovación.
Ah! cuán despierto me deja este convencimiento a permanecer con el oído alerta a todas las noticias que vengan desde el mas remoto confín; cuánta acogida voy a prestar, desde este instante, a todo ser desconocido que se me acerque, hasta que no me convenza que no es él, sino otro, que aun no llega, el que trae o que encarna la buena nueva del mundo.
Estos son, someramente expresados, los fundamentos de la doctrina de -Los Diez-. Ahora trataré de explicar el por qué de tantos nombres estrambóticos, como son los que existen en nuestra liturgia, agregando otros amables y regocijados comentarios.
Mas, primeramente, ruego a los que estas confesiones escuchan, que guarden, por razones fáciles de comprender, el más absoluto secreto.
-Los Diez- no forman ni una secta, ni una institución, ni una sociedad. Carecen de disposiciones establecidas, y no pretenden otra cosa que cultivar el arte con una libertad natural.
Es requisito imprescindible para pertenecer a -Los Diez-, estar convencidos que nosotros no encarnamos la esperanza del mundo; pero, al mismo tiempo, y de acuerdo con el sentido de la oración anterior, debemos observar con prolijidad todo nuevo ser que se cruce en nuestro camino, por si él encarnase esa esperanza, lo que no impide que, después de ese examen, él y nosotros nos riamos, con gran pesadumbre y bulliciosa algazara, de los continuos engaños que por este motivo nos ocurran.
-Los Diez- deben obedecer ciegamente al Hermano Mayor. Lo que él diga, se hará; pero no hay temor que diga cosa alguna, porque nadie sabe cuál es el Hermano Mayor, y cada uno puede y debe creer que él lo es.
Las reuniones se verifican empleando una liturgia creciente y viva, puesto que ella se compone de ceremonias que se realizan a medida que se van imaginando; pero sólo se emplean cuando se sabe que hay ojos extraños que atisban por los postigos entreabiertos, y especialmente si se trata de gente sencilla y crédula.
A Los Diez, tienen por lema uno que dice así: a u n lema no significa nada,. Este sabio aforismo, traducido al latín da, impreso, un bonito efecto tipográfico.
Nuestro libro oculto se llama -Jelsé-, palabra a la que es inútil buscar etimologías, porque no significa nada, pues se ha formado, uniendo, a la suerte, cinco letras.
Pero un verdadero décimo no debe confiar a alma viviente, por motivo alguno, este secreto; porque es deseable dar ocupación a filólogos y eruditos.
El Jelsé se divide en cinco tratados, cuyos nombres es preferible que queden en el misterio.
Por fin, -Los Diez-. Deben saber reírse sinceramente de ellos mismos, como no lo haría su peor enemigo. Esta costumbre desconcierta a los que quieren herirlos, y constituye, por sí sola, una verdadera higiene mental.
Y una última confesión: hasta el que ha garabateado estas 1íneas, el Hermano Errante, no es más que un simple mito que sirve para que se le atribuya todo lo que los hermanos no se atreven a decir personalmente.
Vuelvo a repetiros que me guardéis el secreto. Mis hermanos deben estar desconsolados con mi divulgación. Ellos hacen un misterio de lo que no existe, porque les sirve para atraer vuestra atención, evitando el buscarla por medio de melenas, levitones y otras curiosidades.
Con su amor a la vida total, donde la belleza vive más cómodamente, -Los Diez-, a pesar de sus rarezas, aspiran a hacer obras que perduren, tomando la vida con un amor que no huye de melancolías y dolores, que no reniega de la broma y la seriedad, y que no desprecia ninguno de los ideales y ocupaciones en que los hombres consumen esta existencia pasajera.


Pedro Prado

Algunos Manifiestos

Non serviam (1914)

Y he aquí que una buena mañana, después de una noche de preciosos sueños y delicadas pesadillas, el poeta se levanta y grita a la madre Natura: Non serviam.
Con toda la fuerza de sus pulmones, un eco traductor y optimista repite en las lejanías: “No te serviré”.

La madre Natura iba ya a fulminar al joven poeta rebelde, cuando éste, quitándose el sombrero y haciendo un gracioso gesto, exclamó: “Eres una viejecita encantadora”.
Ese non serviam quedó grabado en una mañana de la historia del mundo. No era un grito caprichoso, no era un acto de rebeldía superficial. Era el resultado de toda una evolución, la suma de múltiples experiencias.

El poeta, en plena conciencia de su pasado y de su futuro, lanzaba al mundo la declaración de su independencia frente a la Naturaleza.
Ya no quiere servirla más en calidad de esclavo.

El poeta dice a sus hermanos: “Hasta ahora no hemos hecho otra cosa que imitar al mundo en sus aspectos, no hemos creado nada. ¿Qué ha salido de nosotros que no estuviera antes parado ante nosotros, rodeando nuestros ojos, desafiando nuestros pies o nuestras manos?”.

Hemos cantado a la Naturaleza (cosa que a ella bien poco le importa). Nunca hemos creado realidades propias, como ella lo hace o lo hizo en tiempos pasados, cuando era joven y llena de impulsos creadores.

“Hemos aceptado, sin mayor reflexión, el hecho de que no puede haber otras realidades que las que nos rodean, y no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear, por ese don especial que le dio la misma madre Naturaleza a él y únicamente a él”.

Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Te servirás de mí; está bien. No quiero y no puedo evitarlo; pero yo también me serviré de ti. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas.

Y ya no podrás decirme: “Ese árbol está mal, no me gusta ese cielo... los míos son mejores”.

Yo te responderé que mis cielos y mis árboles son los míos y no los tuyos y que no tienen por qué parecerse. Ya no podrás aplastar a nadie con tus pretensiones exageradas de vieja chocha y regalona. Ya nos escapamos de tu trampa.

Adiós, viejecita encantadora; adiós, madre y madrastra, no reniego ni te maldigo por los años de esclavitud a tu servicio. Ellos fueron la más preciosa enseñanza. Lo único que deseo es no olvidar nunca tus lecciones, pero ya tengo edad para andar solo por estos mundos. Por los tuyos y por los míos.

Una nueva era comienza. Al abrir sus puertas de jaspe, hinco una rodilla en tierra y te saludo muy respetuosamente.

Vicente Huidobro

jueves, 18 de junio de 2009

Literatura: Genealogía de las vanguardias en Chile

Este blog tiene la finalidad de publicar y difundir la información que los compañeros del curso de Genealogía de las vanguardias en Chile de la Universidad Católica Silva Henríquez que fue dictado por el Doctor Jaime Galgani.

Recopilando y reconstruyendo a través de sus trabajos finales parte de la historia literaria de nuestro país.